Arráncame la piel hasta que deje de ser mía y pueda ser de todos;
que todos me pinten, me cosan y retuerzan; que yo me desmonte, me quiebre y me
rompa para que los otros, figuras sin rostro, compongan el mío (más perfecto,
más suyo).
Moldea mi lengua, tuérceme el cuello. No te gusto como soy,
no soy ninguna pieza. Fúndeme para que encaje.
Conviérteme en el ideal, en el tuyo y el del resto, que es
para lo que vivo; y dejaré de sentir lo que siento, de pensar lo que pienso;
dejaré mi cuerpo vacío, sin vida, para complacer al mundo, un mundo anónimo que
me clava, cada vez, más alfileres; que quiere que pare; que me esté quieta; que
el corsé ahogue mis pulmones y abandone mis líneas.
Arráncame la piel porque no puedo desnudarme. No me gustan
mis palabras, no me gusta el contenido ni la forma; no me gusta mi contorno ni
la mirada.
Construye el discurso sobre mis partes, con las extremidades
disueltas; y no encajaré en ningún sitio. Inmovilizada en el preámbulo de ser
algo, una vasija decorada en un taller de porcelana. Demasiado preocupada por
el todo sin ser nada; sin ser siquiera decorativa.
Las cuerdas son nudos. No les gusta mi voz. Configurando el
texto expositivo, aburrido, monótono, hermético, tedioso, sin crítica, solo
figuras de autoridad que se reproducen incesablemente en la emisora que rasga
mi garganta y guía el movimiento de mis manos.
Clávame los filos y déjame ser materia orgánica mientras se
me apaga el brillo de los ojos y empiezo a moverme como el resto.
Tan solo arráncame la piel y seré tu sombra, seguiré tus
pasos y me desvaneceré a cambio de sonrisas que anulan el sentimiento; sentados
en el término medio, ni una palabra de ánimo, ni un gesto, simplemente no
vales, no eres.
Y me convertiré en un algo alienado adaptativo; premisa de
las normas. Nada más.
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