lunes, 25 de mayo de 2020

Arráncame la piel


Arráncame la piel hasta que deje de ser mía y pueda ser de todos; que todos me pinten, me cosan y retuerzan; que yo me desmonte, me quiebre y me rompa para que los otros, figuras sin rostro, compongan el mío (más perfecto, más suyo). 

Moldea mi lengua, tuérceme el cuello. No te gusto como soy, no soy ninguna pieza. Fúndeme para que encaje. 

Conviérteme en el ideal, en el tuyo y el del resto, que es para lo que vivo; y dejaré de sentir lo que siento, de pensar lo que pienso; dejaré mi cuerpo vacío, sin vida, para complacer al mundo, un mundo anónimo que me clava, cada vez, más alfileres; que quiere que pare; que me esté quieta; que el corsé ahogue mis pulmones y abandone mis líneas. 

Arráncame la piel porque no puedo desnudarme. No me gustan mis palabras, no me gusta el contenido ni la forma; no me gusta mi contorno ni la mirada. 

Construye el discurso sobre mis partes, con las extremidades disueltas; y no encajaré en ningún sitio. Inmovilizada en el preámbulo de ser algo, una vasija decorada en un taller de porcelana. Demasiado preocupada por el todo sin ser nada; sin ser siquiera decorativa. 

Las cuerdas son nudos. No les gusta mi voz. Configurando el texto expositivo, aburrido, monótono, hermético, tedioso, sin crítica, solo figuras de autoridad que se reproducen incesablemente en la emisora que rasga mi garganta y guía el movimiento de mis manos. 

Clávame los filos y déjame ser materia orgánica mientras se me apaga el brillo de los ojos y empiezo a moverme como el resto.


Tan solo arráncame la piel y seré tu sombra, seguiré tus pasos y me desvaneceré a cambio de sonrisas que anulan el sentimiento; sentados en el término medio, ni una palabra de ánimo, ni un gesto, simplemente no vales, no eres.  

Y me convertiré en un algo alienado adaptativo; premisa de las normas. Nada más. 


Andrea Pérez

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